En una reciente entrevista al arquitecto e influyente pensador Rem Koolhas, le preguntaban: ¿Qué está sobrevalorado en nuestra sociedad? "La comodidad”, dijo, “La seguridad, la comodidad y la sostenibilidad han sustituido a los valores de libertad, igualdad y fraternidad”.

Es cierto que, cuestionado sobre tan sorprendente afirmación, añadía: “Mucho de lo que digo busca impactar. Las provocaciones son importantes para obligar a pensar. Necesitamos una relación más activa y directa con la realidad. Volver a tocar el mundo”.

No parece que a corto plazo las inquietudes del señor Koolhas vayan a verse satisfechas, más bien al contrario.

Hace cuatro meses que no “voy” a la compra, quizá alguna bolsa pequeña, ajustes para alguna receta o necesidad imprevista, siempre en algún supermercado urbano, nada de desplazamientos a grandes superficies en mi preciado tiempo libre. ¿La razón? Amazon Now ya está disponible en Madrid y Barcelona.

A ojos del Sr. Koolhas entiendo que me estoy perdiendo una importante “dosis de realidad”, incluso de vida, pero ¿quién quiere un atasco pudiendo hacer la compra tumbado en el sofá?

Pues bien, el estudio de factores humanos se va a encontrar en esta línea de la comodidad un reto realmente interesante: los sistemas de conducción autónoma.

Si preferimos conducir o no conducir por el placer que nos pueda provocar, es ahora un debate que nos encanta tener, pero en realidad es un debate algo prematuro. La conducción autónoma a la que vamos a aspirar en los próximos años no es esa en la que vamos durmiendo en el coche o adelantando tareas mientras un coche 100% autónomo nos deja en el trabajo y después se aparca solo.

Por mucho que Tesla lo llame Autopilot (ya les han llamado la atención por ello), a corto y medio plazo lo que vamos a tener son distintos grados de asistencia a la conducción. En el largo camino hacia la conducción plenamente autónoma, la Sociedad de Ingenieros de la Automoción (SAE) establece estos 6 niveles:

Para hacernos una idea, Tesla tiene el asistente más avanzado del mercado y se encuentra aproximadamente en un nivel 2 en los vehículos que actualmente tiene a la venta, y quizá en un 3,5 para los que llegarán en un par de años.

Probablemente para llegar al nivel 5, necesitaremos que IoT entre en juego, estableciendo comunicación entre vehículos, señales y calzada; lo que conlleva la renovación de, al menos, un buen porcentaje del parque de vehículos y una implantación de infraestructuras no precisamente barata.

Así pues, nos quedan unos años por delante en los que disfrutaremos de asistentes a la conducción muy avanzados, suficientes para no tener que hacer gran cosa al conducir, pero insuficientes como para echarnos una siesta.

¿Cuánto grado de seguridad nos provoca esta comodidad?

En el estadio actual, según la NASA, algunos niveles de ayuda a la conducción son incluso potencialmente peligrosos. La revista Scientific American aseguró hace unos meses que la institución lleva décadas estudiando los efectos de la automatización en la tripulación de sus misiones y, entre otros problemas, destaca el hecho de que para los humanos es muy difícil monitorizar procesos repetitivos durante un largo periodo (como es una conducción asistida), un fenómeno conocido en psicología como “decremento de la vigilancia”.

Quizá sea por eso que, a pesar del gran avance que la conducción autónoma supone en nuestra incesante búsqueda de la comodidad, este tipo de saltos tan disruptivos nos generan cierto desasosiego, una especie de valle inquietante de la robótica.

De hecho, Nissan ha presentado un estudio basado en una muestra razonable (6.000 personas de España, Italia, Noruega, Alemania, Francia y el Reino Unido) que da algunas pistas sobre la percepción de los usuarios:

Algunos admiten que seguramente mejoraría su percepción si pudieran probar uno y que probablemente se reducirían el estrés y los accidentes.

A los mandos del Nissan Research Center de Silicon Valley se encuentra Maarten Sierhuis. Según Sierhuis, Doctor en Inteligencia Artificial, la clave para hacer que la gente acepte mejor la idea de la conducción autónoma es hacer que los conductores sientan que están integrados con sus coches y mantienen el control. Se trata de construir una entidad inteligente capaz de cooperar, coordinar y colaborar con los humanos.

Además de trabajar en la conducción autónoma, su equipo ha compartido (y probado) una curiosa idea según la cual nos sentiríamos más cómodos con autónomos supervisados remotamente por personas. Denominada SAM (Seamless Autonomous Mobility), esta tecnología ha sido desarrollada de forma conjunta con la NASA.

Siguiendo un planteamiento similar al control del tráfico aéreo, han creado un centro de control por el cual un supervisor humano ayuda remotamente a un vehículo en situaciones en las que su inteligencia artificial se encuentre en dificultades. Aseguran que esto nos provocará una mayor tranquilidad.

Dilema y felicidad

En definitiva, la automatización generará opiniones encontradas durante algunos años más. Por ejemplo, tras el accidente mortal sufrido por un conductor de Tesla -y conocido YouTuber- con Autopilot activado, los medios rápidamente cuestionaron su idoneidad. Que se demostrara la no culpabilidad del sistema no fue suficiente para apagar el debate.

También llegan acusaciones de destrucción de empleo e incluso debates filosóficos trayendo a colación el dilema del tranvía y sus derivados:

_Un tranvía corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco personas atadas a la vía. Afortunadamente, es posible accionar una palanca que encaminará al tranvía por una vía diferente, por desgracia, hay otra persona atada a ésta. ¿Deberías accionar la palanca?

¿Cómo programarías la Inteligencia artificial del vehículo para una situación similar? ¿Evito a cinco adolescentes que están cruzando mal y dirijo el coche a la acera suponiendo que probablemente estará despejada? Está claro que algunos se han puesto tan a la defensiva, que incluso piden a una inteligencia artificial resolver dilemas morales que nosotros mismos no hemos resuelto aún.

Entonces, ¿cuánto nos hace felices la comodidad?

En un capítulo de Doctor en Alaska, Maggie alardea de su nueva compra, una lavadora. “Se acabó tener que ir a la lavandería”, cuenta a todos encantada. Más tarde vemos que la pérdida de la rutina de la lavandería resultará en un extra de tiempo con que no lidiará muy bien, especialmente porque esa tarea era una excelente oportunidad de conversar con amigos y conocidos.

¿Y si Koolhas tiene razón? ¿Vuelvo a ir la compra?

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